- VISTA DE LA FACHADA PRINCIPAL
- VISTA EXTERIOR DEL EDIFICIO
- VISTA LATERAL DEL EDIFICIO
- VISTA POSTERIOR DEL EDIFICIO
1959
“Cuando el arquitecto proyectista es llamado a participar desde el comienzo en los trabajos preparatorios para futuras construcciones industriales —criterio que afortunadamente se va imponiendo— su colaboración da como resultado una obra ligeramente diferente del puro y normal trabajo de ingeniería. Ella resulta —así por lo menos nos parece a nosotros arquitectos— algo más disciplinada y uniforme. Es por eso como obra terminada más agradable a la vista y diluye algo de ese gustillo normalmente desabrido de lo industrial. Y con eso gana seguramente tanto en habilidad como en voluntad de subordinación al paisaje y a la vecindad.
Por otra parte no nos parece difícil reconocer las construcciones industriales que no han sentido la mano conciliadora y armonizadora del arquitecto. Se presentan ellas a veces con contrastes formales poco domesticados, hay detalles estéticamente inconclusos, añadiduras superfluas o perfiles arquitectónicamente discutibles. Aún las pequeñas faltas y omisiones arquitectónicas pueden causar perjuicios al gran conjunto en sí bien resuelto, al que en ciertos casos dan la impresión de algo no acabado. Peor son los casos en que por ausencia de un orden superior y categórico en una distribución sensible —que la intervención del arquitecto debería aportar el efecto final del conjunto construido se pierde en impresiones aisladas y contradictorias. En nuestros tiempos las fábricas e instalaciones industriales se presentan en volúmenes tan grandes y ocupan partes tan extensas del medio ambiente humano, imponiéndose ópticamente al público indefenso, que la colaboración de un agente ordenador y un organizador sensible debería ser norma general.
Nosotros arquitectos conocemos y reconocemos todos los casos ejemplares y los reclamamos para la historia de la Arquitectura. Aducimos que sus autores geniales disponen de una naturaleza doble, en la cual se cumple maravillosamente la exigencia vitruviana de la unión entre el perfecto conocimiento técnico y la clara disposición para la creación estética. Es decir que el ingeniero con visión se combina en la misma porque declaran las construcciones industriales como su exclusivo reservado y que —en su propio perjuicio— estiman en poder desentenderse de la colaboración con el arquitecto. Para sostener este criterio aducen aquellos muy escasos y excepcionales ejemplos donde grandes obras técnico-industriales han sido proyectadas y realizadas exclusivamente por el ingeniero, obras que no solo han sido reconocidas como realizaciones técnicamente perfectas sino también y adicionalmente como creaciones estéticamente imponentes. Naturalmente, tales ejemplos existen.
Hay que recordarse únicamente del Palacio de Cristal londinense del año 1852; del Hall de Máquinas de la Exposición parisiense de 1889; del Hangar para Dirigibles de Freyssinet en Orly; de los puentes en Suiza de Maillard; de ciertas cuberturas-cáscaras de F. Candela en México D. F.; del hall de exposición en Torino, etc., etc. Aunque el número tales ejemplos podría sonar con el arquitecto de talento. Las construcciones geniales en el terreno industrial, que conmovieron la época de fin del siglo, seguramente eran producciones de hombres doblemente talentosos, porque todavía hoy ocupan posiciones envidiables en el conjunto de las demás creaciones sobresalientes de la época. Y no podemos olvidar, que eran esas grandes obras técnicas las que estimulaban a la vacilante arquitectura del 1900 de ordenar y reforzar con la lógica de lo racional y el imperativo de la función utilitaria las leyes estéticas tambaleantes y descompuestas. Todos sabemos que lo racional y lo funcional por sí solos no bastan para producir belleza, pero por otra parte consta que lo racional y lo funcional de las primeras creaciones industriales eran estimulantes vivificantes para el fomento de todo arte arquitectónico. Simplemente porque creaban leyes y operaban según normas, factores que en el distrito del arte de la época faltaban por completo.
Nadie duda hoy del hecho de que estas invenciones creativas del genio industrial llegaron a una altura descomunal de perfección técnica y que son hoy a la vez las reales y más puras representantes formales de nuestras condiciones modernas. Los arquitectos de la vanguardia del XX han reconocido la deuda que han contraído con los grandes ejemplos precursores que les servían de modelo-argumento y de modelo-forma para muchos de sus innovaciones arquitectónicas de la nueva era. Desde aquellos días las construcciones industriales han seguido siendo temas preferidos para muchos arquitectos.”
Fuente: REVISTA: La Nueva Cervecería Piura. (1959). El Arquitecto Peruano, 264-265-266, 34-35